jueves, 30 de julio de 2015

La Casona: Hostelería patrimonial en La Paz



Cuando la forma de un edificio trasciende la mera funcionalidad, su arquitectura se convierte en un valor en sí mismo, con el que la piedra y el ladrillo cobran facultades humanas. La Casona, situada en el número 938 de la avenida Mariscal Santa Cruz, lleva tres años funcionando como hotel, pero es uno de esos lugares con un encanto que va más allá del servicio, pues su interior esconde historias que hablan de tesoros, sus piedras muestran el paso de más de cuatro siglos y entre sus ecos se puede intuir la narrativa de los hitos que hilvanan la historia de La Paz, sus luchas, sus transiciones, sus vicisitudes.

“El principal propósito de la obra ha sido recuperar este patrimonio histórico de la ciudad y ponerlo a funcionar como activo turístico”, explica Víctor Maldonado, gerente del establecimiento hotelero, sobre los trabajos de restauración del edificio que regenta junto a su familia, los Maldonado-Guaravia. “Ha dado muy buenos resultados”, añade. No en vano este negocio presume de varias distinciones de compañías de valoración, crítica y comparación de ofertas turísticas.

“Este inmueble estaba por derrumbarse”, dice Víctor. Con su recuperación asegura poner en valor el patrimonio histórico de la ciudad “de una manera sostenible en el tiempo” y contribuir a “fortalecer” el turismo de La Paz.

“La mayor parte de huéspedes que tenemos, tanto de Europa como Asia, Norteamérica y Sudamérica, nos refieren que ellos vienen a ver este tipo de inmuebles, este tipo de arquitectura en las calles coloniales, porque son de alguna manera testigos mudos de la historia de la ciudad”, expresa el regente.

La Casona fue construida en la década de 1680 por los mismos arquitectos y las manos de quienes edificaron el templo de San Francisco, situado a la vuelta de la esquina. En la actualidad, alrededor de 1.500 edificios, según el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, están catalogados en el casco histórico de la urbe con características patrimoniales similares a las de La Casona, aunque la mayoría de ellos ha carecido de intervenciones de restauración como la que ha remozado no solo el aspecto, sino también la estructura del hotel. “Muchas veces, los propietarios de inmuebles de este tipo creen que es una carga; por el contrario no se imaginan que en sus manos tienen un patrimonio realmente importante”, opina Víctor.

El de La Casona es un emprendimiento familiar que comenzó en 2004, cuando la familia adquirió el edificio que en aquel momento fue declarado inhabitable por la propia Alcaldía. Víctor destaca que la intención de su familia es la de mostrar la viabilidad de los proyectos de rehabilitación a propietarios de otras edificaciones similares. “Es una forma de contribuir a la preservación del patrimonio arquitectónico e histórico de la ciudad”, enfatiza el regente. “De hecho va a ser siempre un buen negocio”, apuesta en referencia a las virtudes pecuniarias de los hoteles que apuestan por altos niveles de comodidad, de servicios y una ubicación privilegiada, en sintonía con una arquitectura de gran importancia histórica.

La rehabilitación y el acondicionamiento del establecimiento están casi completos, a expensas del equipamiento de algunas habitaciones o del salón que ocupa la base de la cúpula que preside el hotel. Esta bóveda es el mayor referente arquitectónico del edificio y comparte el mismo estilo que la de la Basílica de San Francisco. Es también la última obra del arquitecto y acuarelista potosino Ricardo Pérez Alcalá. “Los paralelismos entre sendos edificios del casco viejo hacen incluso presumir que fueron construidos por el mismo director de obra”, señala Víctor. En esa línea, el mismo equipo que ha restaurado el convento de San Francisco durante aproximadamente doce años también se ha encargado de La Casona, desde 2004 hasta 2012.

Pocos saben que en un comienzao, “tenía que ser una galería comercial”. La familia Maldonado-Guaravia, orfebre en sus inicios, artesana de obras decorativas de fina factura (figuras propias de la cultura tiwanakota como cóndores, sacerdotes, divinidades como el Inti quechua o chasquis incas), enfrentó la quema, el asalto y el saqueo de su negocio, la galería Dorian, que se situaba en la calle Sagárnaga esquina Murillo, en las revueltas ocurridas en 2003.

“Encontramos La Casona en 2004 y el proyecto se fue dando gracias a algunas casualidades”, rememora Víctor. Y es que el emprendimiento hostelero de la familia tomó forma a partir de una joven pareja de turistas británicos que, al poner su atención en el edificio mientras en él se practicaban tareas de desescombro a puertas abiertas, insistió a los Maldonado-Guaravia en visitar y pernoctar allí, pese a que el inmueble carecía de luz, agua y prestaciones básicas para el acomodo de huéspedes. Estos primeros inquilinos “nos hicieron cambiar los planes de negocio y propiciaron La Casona como proyecto hotelero”, complementa orgulloso el propietario de aquel inmueble que conserva un pedazo de historia de la hoyada paceña.

“Tapado” Maldonado

Los anteriores propietarios del edificio, la familia Portugal, ya insistían durante la negociación de compra de que “esta casa tiene un tapado, para aumentar así el precio”, recuerda Víctor. Los Portugal contrataron a un equipo chino de buscadores de tesoros, que trajeron sus detectores de metal y escudriñaron la planta del edificio vanamente. La misma suerte corrió la investigación del equipo australiano que los sucedió. Pero el destino quiso que fueran los actuales propietarios, los beneficiados con un tesoro escondido bajo una de las escaleras que parten del vestíbulo del hotel, hallazgo que se produjo de modo accidental. En medio de la larga restauración a que se sometía al edificio histórico para su transformación en hotel, un día de febrero comenzó a llover intensamente.

“Se cayeron las gradas. Y al punto de reconstruirlas encontramos unas tapas de piedra y debajo una fosa”, indica Víctor. Allí se hallaron unos jarrones en cuyo interior se guardaban unas monedas de plata. Un análisis posterior, corroborado por el historiador boliviano Mariano Baptista Gumucio, permitió dilucidar que se trata de las célebres macuquinas, monedas con forma irregular fabricadas a mano con martillo y primer efectivo acuñado en la Casa de la Moneda de Potosí para toda la Sudamérica gobernada por la corona española.



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